¡Buenos días!
Iniciamos en el nombre Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Pies que se ponen en camino, con la alegría de anunciar a Cristo Resucitado. La eterna juventud de una Iglesia siempre en salida. Después de que se les abrieron los ojos, reconociendo a Jesús «al partir el pan», los discípulos, sin demora, «se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén» (Lc 24,33).
Este ir de prisa, para compartir con los demás la alegría del encuentro con el Señor, manifiesta que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento.
Por eso, el primer y principal recurso de la misión lo constituyen aquellos que han reconocido a Cristo resucitado, en las Escrituras y en la Eucaristía, que llevan su fuego en el corazón y su luz en la mirada. Ellos pueden testimoniar la vida que no muere más, incluso en las situaciones más difíciles y en los momentos más oscuros.
Acogemos esta oración pidiendo valentía en nuestras vidas:
Señor, despiértame, llámame.
Sácame de mi mundo.
Que no me invente más historias
para justificar que no me muevo,
que no reacciono.
Que abra mi alma
a lugares que no sé dónde están,
a culturas que no conozco,
a seres humanos que me necesitan
casi tanto como yo a ellos.
Ponme en camino
hasta esas personas que me esperan,
porque sueñan con alguien
que pueda hablarles de Dios;
de un Dios bueno,
compasivo, de verdad,
no como los dioses de los hombres.
Señor, enciende mi corazón;
abre mis ojos
con tu Palabra y el pan de tu Amor
Y ponme en camino”
Amén.
Para terminar esta oración, encomendamos a Dios, nuestro Padre, por la salud de nuestra compañera Mikaela Mejía.
Padre nuestro…
Dios te salve María…
Gloria al Padre…